20-10-2010 / Cuando la búsqueda desesperada de los mineros enterrados en la mina San José de Atacama parecía condenada al fracaso después de 17 días, un inolvidable papel pegado en la sonda de exploración reveló que los 33 estaban bien. Dio inicio entonces una epopeya humana de rescate y supervivencia que tiene, también, todos los ingredientes de un relato mítico. Allí reside la clave de la gran atención y audiencia que concitó en todo el mundo. El mito, señalan el epistemólogo francés George Gusdorf y el antropólogo argentino Adolfo Colombres, es un acontecer que está dentro y fuera del psiquismo y actúa como un espejo y una lente de aumento, magnificando los hechos que tuvieron mayor carga afectiva. Se alimenta de las eternas preguntas universales que los humanos nos hacemos sobre los orígenes, el sentido de la vida, el fin de la existencia y los misterios que están presentes en todas las teogonías. Podemos entenderlos también como un intento de sufrir menos la indefensión en la que nacemos.
A la organización del salvataje de los mineros chilenos, desde la perspectiva del mito, podemos decir que no le falta casi nada. Los mineros están encerrados en las entrañas de la tierra: no se sabe si vivos o muertos, del mismo modo que, salvo el cuerpo de la mujer, nadie sabe sobre la vida del nonato. En algún momento, la sonda establece el vínculo y sabemos que están vivos. A partir de ese momento, transcurren todas las vicisitudes de la comunicación y los preparativos para el “parto”.
En efecto: la salida de los mineros por el ducto, con anteojos negros para evitar el impacto de la luz y asistencia médica inmediata, podría remitir a nuestra propia salida por el canal del parto. Lo más impresionante es esta cápsula en la que bajan y suben los rescatistas y mineros. Es estrecha, hay un tiempo de no comunicación. En algún momento oímos un grito, como el vagido del niño que nace. El gesto se repite y hay que seguir viendo cómo nace cada minero. Empezamos a ver el interior de la mina y es entonces como una ecografía en la que aparecen un tanto borrosos los perfiles de quienes van a nacer. Cuando emergen, la emoción de los encuentros se transmite a los televidentes. Cuando sale el último, los rescatistas escriben “misión cumplida”, y todos nos emocionamos. El estribillo más escuchado es simple y repetitivo como el balbuceo de un recién nacido: “Chi, Chi, Chi, le, le, le, los mineros de Chilé”.
Nos vamos enterando de la organización de los mineros: mucho de sus liderazgos, y poco de sus dificultades. Empieza a vislumbrarse lo que va quedando afuera del mito: lo que hay que desconocer para seguir lagrimeando e incorporándolos al lugar de héroes.
¿Y qué es lo que no se dice? La poca mención de la responsabilidad de la empresa minera y también de las autoridades, incluso las actuales. Los mineros que no reciben la paga adecuada; las condiciones de todas las minas, no sólo de las de Chile, especialmente las que no son a cielo abierto; la utilización política del evento, que nos hace recordar la historia de Moisés en el monte Ararat; el trabajo de los técnicos y los socorristas que es atribuido a Dios y que podría haberse acordado antes para evitar el desastre; el ofrecimiento rechazado de los pirquineros, mineros cuentapropistas que alquilan y explotan minas, quienes aseguran que hubieran hecho el rescate pero sin tanto show; las diferencias normales de opiniones, fantasías y rebeliones en un grupo de 33 personas bajo situación de estrés.
Como sabemos, el mundo vivido, el mundo mítico, es sólo el principio, como lo fue el mito del Jardín del Edén (y que habría sido la Mesopotamia asiática). El mito en sí mismo está dado especialmente por los relatos míticos, que siempre son muchos. En el episodio de la mina aparecieron varios, y seguirán sumándose otros:
1) Esto no existió: fue sólo una orquestación inventada para el rédito político (aunque es imposible pensar que más de 1.000 periodistas de 33 países no existieron).
2) Es imposible que sobrevivieran todos (aunque todo parto tiene algo de milagro y de imposible).
3) Buscaron historias cinematográficas de los mineros para que tuviera rating el evento (¿pero cómo habría que haber hecho para “elegir” a estos mineros?).
4) La numerología le otorga carácter mágico al número 33, desde la edad del Cristo hasta la adición de números correlativos que suman esa cifra.
5) Los televidentes tuvimos presagios y pensamientos mágicos. ¿Saldrían también vivos los rescatistas? ¿Será bueno que sigamos viendo? Hubo quien apagó la TV antes del final.
Las estructuras míticas recorren un doble camino, ya que organizan y son organizadas por el psiquismo. Están vigentes en todos nosotros y sólo falta a veces un mínimo estímulo externo para activarlas. Así tiene lugar la “mitopoiesis”, la capacidad permanente de una sociedad para seguir produciendo mitos. Este acontecimiento dramático en Chile es un ejemplo de mitopoiesis del siglo XXI que no en vano conmocionó al mundo. El interés y la emoción suscitados tienen una explicación: todos seguimos necesitando mitos para sobrevivir a la indefensión.
Ricón es médica psicoanalista, directora de la carrera de Especialista en Psiquiatría (UBA) y profesora de la Universidad Favaloro.http://www.elargentino.com/nota-110923-El-mito-detras-del-rescate.html -
jueves, 21 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario