¿Estamos conectados? 2008-06- La inmediatez y el individualismo que impone la sociedad actual, sumados a la falta de tiempo y espacios para relacionarse, hacen que el encuentro cara a cara y la reunión social hayan sido relegados o reemplazados por vínculos virtuales que, a diferencia de lo que se cree, sólo colaboran a mantenernos más alejados.
Martín se levanta, se da un baño, desayuna y sale, literalmente corriendo, para llegar a horario al trabajo. Una vez allí, comienza a desarrollar sus tareas. Habla con proveedores, mantiene reuniones con su jefe y sus empleados y almuerza algo liviano frente a la computadora. En medio de una charla telefónica con uno de sus clientes, manda un mail y recibe un mensaje de texto de su madre, al que ignora, uno de su novia, al que responde a las apuradas, y uno que lo invita a jugar un campeonato de fútbol por Internet. Sale del trabajo, se toma el subte, el tren, el colectivo y su novia insiste con los mensajes que le proponen juntarse a cenar. Sin tiempo a nada, entra en la cátedra que cursa en la Universidad. Sale de la Facultad y emprende el regreso a casa. Llega exhausto. ‘¿La salida la dejamos para mañana?’, le propone a su novia utilizando nuevamente al aparato de telefonía como interlocutor. Las relaciones sociales existen desde siempre. Reunirse en grupos, entablar un diálogo a través de cualquier lenguaje o código, encontrarse para compartir experiencias, anécdotas o simplemente el tiempo que se desea pasar con el otro es fundamental ya que ningún ser humano existiría si no tuviera la posibilidad de vincularse con sus semejantes. Sin embargo, hoy los lazos sociales se han modificado. El encuentro o reunión está cayendo en el olvido, está siendo resignado a segundo plano por la falta de tiempos y espacios para mantener el contacto cara a cara.En estos tiempos, las relaciones interpersonales son reemplazadas por las miles de actividades que imponen la vida laboral y social que impera en este principio de siglo XXI o sustituidas por tecnologías que, por un lado, acercan, pero por el otro tienden a distanciar aún más al hacer que personas que tienen la posibilidad de “encontrarse” prefieran sentarse frente a la computadora sin siquiera verse las caras. “Vivimos una época de intensas transformaciones que producen un impacto traumatizante en nuestras vidas por la incertidumbre y la aceleración que se les imprime a las mismas. No tenemos ni el tiempo ni el espacio para relacionarnos con el otro, conocerlo, ni llevar adelante el proceso necesario, entonces lo vamos dejando de lado. Esto es parte del desencuentro”, afirma la psicoanalista Laura Orsi, que es miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).Según los especialistas, esta época se caracteriza por una crisis de las relaciones sociales, donde la inmediatez en la que vivimos, la escasez de momentos para relacionarse y construir un vínculo, juegan en contra de aquellos que no eligen vivir en una sociedad en la que el tiempo se fracciona sin destinar un lapso mínimo al reencuentro con el otro.Inmediatez e individualismo. Son varias las características de este tiempo que colaboran a imponer un tipo determinado de relaciones sociales en las que encontrarse con el otro, mantener un diálogo, compartir una comida, luchar por un objetivo común, parecen estar fuera de moda, ser algo a lo que no es necesario asignarle un tiempo de nuestras “valiosas vidas”. Según los psicólogos, la socialización es una instancia esencial en el crecimiento. Por eso, no ha dejado de existir, pero ha modificado sus pautas. Además, apuntan que el desencuentro se da tanto en las relaciones de pareja, en las amistades, como en el interior de las propias familias.“El siglo XXI nos encuentra sumidos en una época de crisis en el lazo social”, advierte la investigadora Any Krieger, que es miembro didacta de APA. Y agrega: “Este siglo nos trae la modificación de lo conocido por nosotros respecto a todo tipo de relaciones humanas, pero también un desafío: cómo las podemos reinventar”. De acuerdo a los especialistas, es la propia sociedad la responsable del fenómeno. En este punto, destacan que la rapidez y la multiplicidad de objetivos a cumplir a los que somete la misma, sumados al creciente individualismo, son las raíces de este nuevo modo de vida. “La sociedad tiene una idea de tiempo súper acelerada. Todo tiende a que te aceleres, aunque no sea necesario. A la par, las relaciones interpersonales están cada vez más lábiles, sobre todo las intergeneracionales. El tema es que esas relaciones se dificultan en un modelo en el que todos tienen cada vez mayor demanda de tiempo y obligaciones”, apunta la socióloga Mabel Ariño y coincide en vincular esta realidad con “el individualismo que domina la vida de buena parte de las personas”. “Este fenómeno hoy es observable y deja planteado como interrogante qué pasa con las relaciones interpersonales. Hasta se han modificado las relaciones al interior de la familias”, destaca. Por su parte, la socióloga María del Carmen Feijoó atribuye el fenómeno a los modelos actuales de organización del trabajo. “El reconocido sociólogo británico Richard Sennet señala que, al menos en los países del primer mundo, hay una ruptura del lazo social como resultado de la instalación de modelos de organización del trabajo que quebrantan y alteran la vida cotidiana. En su libro ‘La corrosión del carácter’ muestra de qué manera las modalidades laborales impiden a la gente echar raíces territoriales y hasta subjetivas. Ciertas formas culturales del desarrollo hacen que existan dificultades para mantener activos los lazos”, apunta. Tecnologías que alejan. El nacimiento de Internet y su promesa de “híper comunicación” ya es una realidad. Sin embargo, ¿hasta qué punto es cierto que el fenómeno de la Web y el chat nos mantienen “conectados”?. La conexión que ofrece la red se da a través de la mediación de una pantalla de computadora que se interpone entre dos personas que permanecen en espacios aislados. Pero ¿qué pasa cuando estas personas no se encuentran alejadas físicamente? ¿por qué igual eligen relacionarse por esta vía en vez de encontrarse en algún bar u otro lugar en el que puedan intercambiar algo más que frases cortas e íconos gestuales?“Las nuevas tecnologías nos podrían ayudar con todo esto, pero si bien nos hacen creer que estamos más acompañados, en realidad estamos más solos. A través de la computadora y los teléfonos celulares nos creemos más cerca porque estamos conectados con el otro, pero lo cierto es que con el chat, el teléfono, se borra el cara a cara, el vínculo interpersonal. Todos creemos que estamos conectados, pero cada uno está solo consigo mismo”, apunta Orsi. En la misma línea, Krieger sostiene que el avance de la tecnología, los dispositivos de Internet y los celulares “contribuyen a una nueva perspectiva del lazo, que no es la del cara a cara”. “Más que relaciones virtuales, son relaciones tecnológicas, donde la virtualidad hace de realidad porque, por ejemplo, los mensajes de texto hacen que ni siquiera usemos los celulares para conversar, eso tiene que ver en parte con el vértigo con el que estamos viviendo”, resalta. Por otro lado, Orsi agrega que la Web también permite cierto grado de comodidad y anonimato, que benefician a aquellos que tienen dificultades para relacionarse. “Por una parte es más fácil y más cómodo porque yo estoy en mi casa y me conecto a través del chat, del mail o de comunidades virtuales, que es más inmediato. Además, estas tecnologías producen un cierto grado de anonimato y, de esta manera, la gente que tiene dificultades para relacionarse se siente protegida, se desinhibe más fácilmente y escribe cosas que personalmente no diría”, explica. Sin tiempos ni espacios. La insuficiencia de tiempo y la falta de espacios para relacionarse conspira. La vida cotidiana se reparte entre el trabajo y otras actividades y responsabilidades diarias que no dejan mucho margen para vincularse con los otros.“No tenemos tiempo porque estamos muy metidos en la acción y no contamos con un espacio de reflexión, y para relacionarnos con el otro necesitamos tener ese espacio. Hoy estamos todos corriendo de un lado a otro por el trabajo, por los cursos, por distintas actividades, esto le ocurre a chicos y grandes. El desencuentro no sólo es en la pareja, sino en la familia, con los amigos, con los propios hijos y esto produce que la gente se sienta más sola”, apunta Orsi. Según los especialistas, una de las cuestiones que explican el fenómeno es el cambio en la percepción del tiempo. Llenarse de actividades desde el principio hasta el ocaso del día, extendiendo las horas laborales y otras tareas y obligaciones, colabora al establecimiento de contactos superficiales, meramente laborales o virtuales a través de una pantalla de computadora, desalentando el encuentro persona a persona. “Hoy cada persona vive en un tiempo personal distinto, resultante de la forma en que organiza su vida cotidiana, trabajo, escuela, familia o, en muchos casos, atendiendo a todas esas dimensiones a la vez”, indica Feijoó. Pero lo cierto es que esta hiperactividad, esta cultura de la instantaneidad, también es alentada desde los medios, que hacen del tiempo algo efímero. “El vértigo actual hace que uno no tenga tiempo a nada y esta vorágine también viene instalada desde lo mediático. Uno se despierta y ve una noticia que a media tarde ya sucumbió por otra noticia y luego por otra, eso nos trae un efecto psicológico, una sensación de destiempo, como si estuviéramos en una montaña rusa en la que todo pasa muy rápidamente ante nuestra vista. Podemos alcanzar a ver todo, pero finalmente nos quedamos con una escena muy desdibujada”, describe Krieger. Pero esto no sólo encuentra explicación en la falta de tiempo sino también de espacios propicios para relacionarse, como instituciones y clubes que, en otras épocas, eran el punto de reunión de chicos y grandes. “Cierto tipo de instituciones, como los clubes, que antes tenían mayor incidencia en nuestro medio, están desapareciendo. Pero hay otras cosas que son muy interesantes, por ejemplo la gran cantidad de lugares que agrupan a personas de la tercera edad. Allí los adultos mayores se relacionan, se encuentran, pero lo pueden hacer porque ya son jubilados y recuperan el tiempo del cual nosotros, que estamos en plena actividad, no disponemos”, evalúa el antropólogo y doctor en Filosofía y Letras Carlos Enrique Berbeglia, que también es docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).De esta manera, destaca algo que todos los profesionales dejan en claro: en este último tiempo lo que cambió no es la esencia humana, sino la forma de relacionarse de los seres humanos, que parecen correr una carrera contra el tiempo sin reparar en algo tan importante como la necesidad de intercambiar palabras, gestos, risas y miradas con aquellos que, de vez en cuando, pisan el freno en vez del acelerador. Relaciones “bajas calorías”. Las consecuencias de este ritmo de vida acelerado que no ofrece tiempo extra para cultivar una relación de amistad o sembrar un vínculo familiar también repercuten en el terreno amoroso. Según los especialistas, este prototipo de sociedad apresurada no es el más adecuado para conocer y relacionarse afectivamente con los otros, para lo que es necesario mantener un contacto frecuente y cara a cara. “El modelo necesario para esta etapa de la producción capitalista es un individuo libre, disponible para el mercado de trabajo al horario que sea, en los lugares que sea, se busca a personas que tengan disponibilidad de movimiento. Es por eso que, así como la familia nuclear fue el tipo de vínculo que se estableció como modelo en el desarrollo industrial, ahora se buscan individuos solos y esto influye tanto en las familias como en las relaciones amorosas en el sentido que un proyecto a largo plazo, como el matrimonio, cada vez es más difícil de sostener en un discurso donde lo que prima es el interés individual”, analiza la socióloga Mabel Ariño. Orsi y Krieger aseguran que, como consecuencia de esta revolución, hoy las relaciones son más “light”, livianas, es decir implican menos compromiso. En tanto, Berbeglia habla de un “real sinceramiento” por el alargamiento de las expectativas de vida. En el primero de los casos, las especialistas no dudan en citar al filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, que abordó “la fragilidad de los vínculos humanos” en la sociedad “moderna líquida”, tal como la describió. “Bauman lo relacionó con la liquidez, los denominados vínculos ‘light’, el ‘toco y me voy’, ‘no tengo tiempo ni espacio a pesar de que quiera dejar de sentirme solo’. En esta época, la fluidez, la fragilidad y la transitoriedad tienen un efecto letal sobre el impulso amoroso y el mundo parece conspirar contra la confianza”, apunta Orsi. Con esa hipótesis coincide Ariño que, también citando al autor, asegura que hoy “existen comportamientos en los que se han desacralizado todo tipo de vinculaciones, como la familia, las relaciones entre generaciones, etc.” “La gente sigue formando parejas, pero cada vez son menos los que tienen un vínculo legal. En la trayectoria de las personas hay cada vez más rupturas (ver “Amor líquido)”, apunta la profesional. Por otra parte, Berbeglia vincula estas relaciones más livianas a la propia rapidez con la que avanza la sociedad y al estiramiento de las expectativas de vida. “Antes las relaciones amorosas estaban muy obligadas por el contexto social, hoy hay un real sinceramiento. La vida se alargó muchísimo y, por lo tanto, el contacto interhumano también. Eso da lugar a que haya más cantidad de divorcios y que la gente más joven, en vista de lo que pasa con los adultos, tome actitudes parecidas”, opina. Así es que la sociedad pareciera avanzar en un solo sentido. Mejorando las tecnologías, los sistemas organizados de producción del trabajo y las comunicaciones a distancia. Sin embargo, la inmediatez y el individualismo que alienta esta realidad, sumada a la falta de tiempos y espacios y a una tecnología que nos conecta sólo virtualmente, ha comenzado a fallar algo tan simple como elemental: el real contacto con el otro.PUBLICADO EN INFOREGION
Nota correspondiente a la publicación del día Sábado de 21 de Junio de 2008
Martín se levanta, se da un baño, desayuna y sale, literalmente corriendo, para llegar a horario al trabajo. Una vez allí, comienza a desarrollar sus tareas. Habla con proveedores, mantiene reuniones con su jefe y sus empleados y almuerza algo liviano frente a la computadora. En medio de una charla telefónica con uno de sus clientes, manda un mail y recibe un mensaje de texto de su madre, al que ignora, uno de su novia, al que responde a las apuradas, y uno que lo invita a jugar un campeonato de fútbol por Internet. Sale del trabajo, se toma el subte, el tren, el colectivo y su novia insiste con los mensajes que le proponen juntarse a cenar. Sin tiempo a nada, entra en la cátedra que cursa en la Universidad. Sale de la Facultad y emprende el regreso a casa. Llega exhausto. ‘¿La salida la dejamos para mañana?’, le propone a su novia utilizando nuevamente al aparato de telefonía como interlocutor. Las relaciones sociales existen desde siempre. Reunirse en grupos, entablar un diálogo a través de cualquier lenguaje o código, encontrarse para compartir experiencias, anécdotas o simplemente el tiempo que se desea pasar con el otro es fundamental ya que ningún ser humano existiría si no tuviera la posibilidad de vincularse con sus semejantes. Sin embargo, hoy los lazos sociales se han modificado. El encuentro o reunión está cayendo en el olvido, está siendo resignado a segundo plano por la falta de tiempos y espacios para mantener el contacto cara a cara.En estos tiempos, las relaciones interpersonales son reemplazadas por las miles de actividades que imponen la vida laboral y social que impera en este principio de siglo XXI o sustituidas por tecnologías que, por un lado, acercan, pero por el otro tienden a distanciar aún más al hacer que personas que tienen la posibilidad de “encontrarse” prefieran sentarse frente a la computadora sin siquiera verse las caras. “Vivimos una época de intensas transformaciones que producen un impacto traumatizante en nuestras vidas por la incertidumbre y la aceleración que se les imprime a las mismas. No tenemos ni el tiempo ni el espacio para relacionarnos con el otro, conocerlo, ni llevar adelante el proceso necesario, entonces lo vamos dejando de lado. Esto es parte del desencuentro”, afirma la psicoanalista Laura Orsi, que es miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).Según los especialistas, esta época se caracteriza por una crisis de las relaciones sociales, donde la inmediatez en la que vivimos, la escasez de momentos para relacionarse y construir un vínculo, juegan en contra de aquellos que no eligen vivir en una sociedad en la que el tiempo se fracciona sin destinar un lapso mínimo al reencuentro con el otro.Inmediatez e individualismo. Son varias las características de este tiempo que colaboran a imponer un tipo determinado de relaciones sociales en las que encontrarse con el otro, mantener un diálogo, compartir una comida, luchar por un objetivo común, parecen estar fuera de moda, ser algo a lo que no es necesario asignarle un tiempo de nuestras “valiosas vidas”. Según los psicólogos, la socialización es una instancia esencial en el crecimiento. Por eso, no ha dejado de existir, pero ha modificado sus pautas. Además, apuntan que el desencuentro se da tanto en las relaciones de pareja, en las amistades, como en el interior de las propias familias.“El siglo XXI nos encuentra sumidos en una época de crisis en el lazo social”, advierte la investigadora Any Krieger, que es miembro didacta de APA. Y agrega: “Este siglo nos trae la modificación de lo conocido por nosotros respecto a todo tipo de relaciones humanas, pero también un desafío: cómo las podemos reinventar”. De acuerdo a los especialistas, es la propia sociedad la responsable del fenómeno. En este punto, destacan que la rapidez y la multiplicidad de objetivos a cumplir a los que somete la misma, sumados al creciente individualismo, son las raíces de este nuevo modo de vida. “La sociedad tiene una idea de tiempo súper acelerada. Todo tiende a que te aceleres, aunque no sea necesario. A la par, las relaciones interpersonales están cada vez más lábiles, sobre todo las intergeneracionales. El tema es que esas relaciones se dificultan en un modelo en el que todos tienen cada vez mayor demanda de tiempo y obligaciones”, apunta la socióloga Mabel Ariño y coincide en vincular esta realidad con “el individualismo que domina la vida de buena parte de las personas”. “Este fenómeno hoy es observable y deja planteado como interrogante qué pasa con las relaciones interpersonales. Hasta se han modificado las relaciones al interior de la familias”, destaca. Por su parte, la socióloga María del Carmen Feijoó atribuye el fenómeno a los modelos actuales de organización del trabajo. “El reconocido sociólogo británico Richard Sennet señala que, al menos en los países del primer mundo, hay una ruptura del lazo social como resultado de la instalación de modelos de organización del trabajo que quebrantan y alteran la vida cotidiana. En su libro ‘La corrosión del carácter’ muestra de qué manera las modalidades laborales impiden a la gente echar raíces territoriales y hasta subjetivas. Ciertas formas culturales del desarrollo hacen que existan dificultades para mantener activos los lazos”, apunta. Tecnologías que alejan. El nacimiento de Internet y su promesa de “híper comunicación” ya es una realidad. Sin embargo, ¿hasta qué punto es cierto que el fenómeno de la Web y el chat nos mantienen “conectados”?. La conexión que ofrece la red se da a través de la mediación de una pantalla de computadora que se interpone entre dos personas que permanecen en espacios aislados. Pero ¿qué pasa cuando estas personas no se encuentran alejadas físicamente? ¿por qué igual eligen relacionarse por esta vía en vez de encontrarse en algún bar u otro lugar en el que puedan intercambiar algo más que frases cortas e íconos gestuales?“Las nuevas tecnologías nos podrían ayudar con todo esto, pero si bien nos hacen creer que estamos más acompañados, en realidad estamos más solos. A través de la computadora y los teléfonos celulares nos creemos más cerca porque estamos conectados con el otro, pero lo cierto es que con el chat, el teléfono, se borra el cara a cara, el vínculo interpersonal. Todos creemos que estamos conectados, pero cada uno está solo consigo mismo”, apunta Orsi. En la misma línea, Krieger sostiene que el avance de la tecnología, los dispositivos de Internet y los celulares “contribuyen a una nueva perspectiva del lazo, que no es la del cara a cara”. “Más que relaciones virtuales, son relaciones tecnológicas, donde la virtualidad hace de realidad porque, por ejemplo, los mensajes de texto hacen que ni siquiera usemos los celulares para conversar, eso tiene que ver en parte con el vértigo con el que estamos viviendo”, resalta. Por otro lado, Orsi agrega que la Web también permite cierto grado de comodidad y anonimato, que benefician a aquellos que tienen dificultades para relacionarse. “Por una parte es más fácil y más cómodo porque yo estoy en mi casa y me conecto a través del chat, del mail o de comunidades virtuales, que es más inmediato. Además, estas tecnologías producen un cierto grado de anonimato y, de esta manera, la gente que tiene dificultades para relacionarse se siente protegida, se desinhibe más fácilmente y escribe cosas que personalmente no diría”, explica. Sin tiempos ni espacios. La insuficiencia de tiempo y la falta de espacios para relacionarse conspira. La vida cotidiana se reparte entre el trabajo y otras actividades y responsabilidades diarias que no dejan mucho margen para vincularse con los otros.“No tenemos tiempo porque estamos muy metidos en la acción y no contamos con un espacio de reflexión, y para relacionarnos con el otro necesitamos tener ese espacio. Hoy estamos todos corriendo de un lado a otro por el trabajo, por los cursos, por distintas actividades, esto le ocurre a chicos y grandes. El desencuentro no sólo es en la pareja, sino en la familia, con los amigos, con los propios hijos y esto produce que la gente se sienta más sola”, apunta Orsi. Según los especialistas, una de las cuestiones que explican el fenómeno es el cambio en la percepción del tiempo. Llenarse de actividades desde el principio hasta el ocaso del día, extendiendo las horas laborales y otras tareas y obligaciones, colabora al establecimiento de contactos superficiales, meramente laborales o virtuales a través de una pantalla de computadora, desalentando el encuentro persona a persona. “Hoy cada persona vive en un tiempo personal distinto, resultante de la forma en que organiza su vida cotidiana, trabajo, escuela, familia o, en muchos casos, atendiendo a todas esas dimensiones a la vez”, indica Feijoó. Pero lo cierto es que esta hiperactividad, esta cultura de la instantaneidad, también es alentada desde los medios, que hacen del tiempo algo efímero. “El vértigo actual hace que uno no tenga tiempo a nada y esta vorágine también viene instalada desde lo mediático. Uno se despierta y ve una noticia que a media tarde ya sucumbió por otra noticia y luego por otra, eso nos trae un efecto psicológico, una sensación de destiempo, como si estuviéramos en una montaña rusa en la que todo pasa muy rápidamente ante nuestra vista. Podemos alcanzar a ver todo, pero finalmente nos quedamos con una escena muy desdibujada”, describe Krieger. Pero esto no sólo encuentra explicación en la falta de tiempo sino también de espacios propicios para relacionarse, como instituciones y clubes que, en otras épocas, eran el punto de reunión de chicos y grandes. “Cierto tipo de instituciones, como los clubes, que antes tenían mayor incidencia en nuestro medio, están desapareciendo. Pero hay otras cosas que son muy interesantes, por ejemplo la gran cantidad de lugares que agrupan a personas de la tercera edad. Allí los adultos mayores se relacionan, se encuentran, pero lo pueden hacer porque ya son jubilados y recuperan el tiempo del cual nosotros, que estamos en plena actividad, no disponemos”, evalúa el antropólogo y doctor en Filosofía y Letras Carlos Enrique Berbeglia, que también es docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).De esta manera, destaca algo que todos los profesionales dejan en claro: en este último tiempo lo que cambió no es la esencia humana, sino la forma de relacionarse de los seres humanos, que parecen correr una carrera contra el tiempo sin reparar en algo tan importante como la necesidad de intercambiar palabras, gestos, risas y miradas con aquellos que, de vez en cuando, pisan el freno en vez del acelerador. Relaciones “bajas calorías”. Las consecuencias de este ritmo de vida acelerado que no ofrece tiempo extra para cultivar una relación de amistad o sembrar un vínculo familiar también repercuten en el terreno amoroso. Según los especialistas, este prototipo de sociedad apresurada no es el más adecuado para conocer y relacionarse afectivamente con los otros, para lo que es necesario mantener un contacto frecuente y cara a cara. “El modelo necesario para esta etapa de la producción capitalista es un individuo libre, disponible para el mercado de trabajo al horario que sea, en los lugares que sea, se busca a personas que tengan disponibilidad de movimiento. Es por eso que, así como la familia nuclear fue el tipo de vínculo que se estableció como modelo en el desarrollo industrial, ahora se buscan individuos solos y esto influye tanto en las familias como en las relaciones amorosas en el sentido que un proyecto a largo plazo, como el matrimonio, cada vez es más difícil de sostener en un discurso donde lo que prima es el interés individual”, analiza la socióloga Mabel Ariño. Orsi y Krieger aseguran que, como consecuencia de esta revolución, hoy las relaciones son más “light”, livianas, es decir implican menos compromiso. En tanto, Berbeglia habla de un “real sinceramiento” por el alargamiento de las expectativas de vida. En el primero de los casos, las especialistas no dudan en citar al filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, que abordó “la fragilidad de los vínculos humanos” en la sociedad “moderna líquida”, tal como la describió. “Bauman lo relacionó con la liquidez, los denominados vínculos ‘light’, el ‘toco y me voy’, ‘no tengo tiempo ni espacio a pesar de que quiera dejar de sentirme solo’. En esta época, la fluidez, la fragilidad y la transitoriedad tienen un efecto letal sobre el impulso amoroso y el mundo parece conspirar contra la confianza”, apunta Orsi. Con esa hipótesis coincide Ariño que, también citando al autor, asegura que hoy “existen comportamientos en los que se han desacralizado todo tipo de vinculaciones, como la familia, las relaciones entre generaciones, etc.” “La gente sigue formando parejas, pero cada vez son menos los que tienen un vínculo legal. En la trayectoria de las personas hay cada vez más rupturas (ver “Amor líquido)”, apunta la profesional. Por otra parte, Berbeglia vincula estas relaciones más livianas a la propia rapidez con la que avanza la sociedad y al estiramiento de las expectativas de vida. “Antes las relaciones amorosas estaban muy obligadas por el contexto social, hoy hay un real sinceramiento. La vida se alargó muchísimo y, por lo tanto, el contacto interhumano también. Eso da lugar a que haya más cantidad de divorcios y que la gente más joven, en vista de lo que pasa con los adultos, tome actitudes parecidas”, opina. Así es que la sociedad pareciera avanzar en un solo sentido. Mejorando las tecnologías, los sistemas organizados de producción del trabajo y las comunicaciones a distancia. Sin embargo, la inmediatez y el individualismo que alienta esta realidad, sumada a la falta de tiempos y espacios y a una tecnología que nos conecta sólo virtualmente, ha comenzado a fallar algo tan simple como elemental: el real contacto con el otro.PUBLICADO EN INFOREGION
Nota correspondiente a la publicación del día Sábado de 21 de Junio de 2008
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